NACIMIENTO DEL IMPERIO DE LA HUMANIDAD
El nacimiento del Imperio de la Humanidad empezó con la muerte de la raza Eldar. Los poderes psíquicos innatos en los Eldar les llevaron a su propia destrucción por los poderes del Caos. Su grito psíquico de agonía reverberó en la Disformidad, y marcó el nacimiento de un nuevo y terrible dios del Caos. Esta entidad emergente era Slaanesh, el Príncipe del Dolor y del Placer, la Perdición de los Eldar. El shock psíquico del nacimiento de Slaanesh tuvo dos efectos inmediatos. En primer lugar, la catarsis dispersó definitivamente las tormentas de la Disformidad provocadas desde hacía milenios por la gestación de Slaanesh, terminando así con el largo aislamiento de la Tierra. Sin embargo, las energías liberadas fueron tan intensas que no pudieron contenerse por completo en el interior del espacio Disforme.
Allí donde la densidad de la población Eldar era mayor, la Disformidad literalmente se derramó a través de sus mentes y se mezcló con el espacio material. Esto provocó la aparición de áreas dispersas en las que el espacio Disforme y el universo material se superponen; la mayor y más significativa de esas áreas es el Ojo del Terror.
Hacía tiempo que el Emperador de la Humanidad había previsto la creación de Slaanesh, y se había preparado para ese fatídico día. Cuando las tormentas de Disformidad desaparecieron por causa de la creación de Slaanesh, los Marines Espaciales y el resto de las fuerzas de Imperiales estaban dispuestos a iniciar su reconquista de la galaxia. Las fuerzas del Caos también eran numerosas, y muchos mundos humanos habían sido ocupados por Adoradores del Caos o alinígenas. Fue una contienda larga y dura, pero el poder del Imperio crecía con cada victoria, y nuevos guerreros se unían continuamente a la Gran Cruzada.
El Emperador |
La Gran Cruzada de la Humanidad se produjo bajo el Liderazgo directo del propio Emperador y sus poderosos Primarcas, barriendo la galaxia como una tormenta de fuego. Incontables billones de humanos en miles de planetas fueron liberados por las triunfantes legiones de Marines Espaciales. El oscuro y siniestro yugo de los Dioses del Caos fue destruido; la dominación alienígena fue erradicada y el Imperio fue forjado en una era heroica de conquista y redescubrimiento. La humanidad emprendió la tarea de reconstruir su herencia ancestral: los opresores alienígenas fueron derrotados por doquier y obligados a huir. El Caos se retiró a sus propios reinos; a las zonas de superposición del espacio Disforme y el espacio real, como por ejemplo el Ojo del Terror.
EL CAOS TENTA A LOS PRIMARCAS
Sin embargo, las tropas del Caos no podrían ser vencidas con tanta facilidad. Susurraron a los Primarcas desde la Disformidad perturbando sus sueños con promesas de Poder, apelando a su orgullo, a su valentía y su habilidad marcial. Ninguno de los Primarcas era completamente inmune a estas tentaciones silenciosas. La personalidad de cada uno fue sometida a una dura prueba, y la mitad de ellos sucumbieron. Tan sutil fue su tentación que los Primarcas nunca sospecharon que sus propias lealtades estaban cambiando.
Por ejemplo, Mortarion, Primarca de la Legión de la Guardia de la Muerte, creyó firmemente que era el heraldo de una nueva era de justicia. Angron, de los Devoradores de Mundos, estaba convencido que tan solo él podía salvar a la humanidad de la destrucción. También Horus, el más formidable Primarca de todos, estaba convencido de la virtud de los ideales marciales por los cuales luchaba.
Los Primarcas |
Apelando a su virtud y coraje, los Primarcas fueron tentados a rebelarse con sus Legiones de Marines Espaciales contra el Emperador. Inicialmente incluso los Primarcas ignoraban que habían sucumbido al poder del Caos, pero cuando se rebelaron, sus buenas intenciones fueron desmoronándose gradualmente a medida que el Caos saturaba sus almas. Las Legiones de Marines Espaciales que estaban a su mando también sucumbieron lenta e inexorablemente. La influencia corrupta del Caos pronto se extendió a la Guardia Imperial y a los Adeptus Mechanicus, incluyendo las Legiones de Titanes y la Legión Cibernética. Desde allí, la infección se propagó a lo largo del Imperio. Muestra de ello es que más de la mitad de las tropas de los Adeptus Mechanicus se declararon dispuestas a unirse a un Imperio adorador del Caos.
Horus |
El líder de la rebelión era el Señor de la Guerra Horus, el Primarca más poderoso y en el que más confiaba el Emperador. Había luchado junto al Emperador durante los largos años de la Gran Cruzada. Habían peleado espalda contra espalda en el asedio a Reillis, donde el Emperador salvó la vida de Horus. En el campo de batalla de Gorro, Horus pagó su deuda segando el brazo de un Orko enloquecido de rabia que se disponía a matar al Emperador estrangulándolo. El Emperador había confiado a Horus el control de la Cruzada en la Frontera Oriental, mientras él regresaba a Terra a consolidar el control del vasto Imperio que ahora tenía bajo su control.
En ausencia del Emperador, los planes de Horus fructificaron cuando el comandante Imperial de Istvaan III declaró la independencia de todo el sistema Istvaan. El Emperador ignorante del cambio producido en el Señor de la Guerra, ordenó a Horus que pacificara el sistema. Horus decidió complir las órdenes bombardeando con cargas víricas Istvaan III desde la órbita. El voraz virus devorador de vida aniquiló a todos los seres de Istvaan III en cuestión de minutos; doce billones de almas murieron entre aullidos de agonía que provocaron una señal psíquica más intensa que el propio Astronomicón. Continentes y Ciudades Colmena enteras resultaron reducidas a cenizas cuando el oxígeno liberado por la putrefacción instantánea de todo el material orgánico del planeta ardió en la atmósfera y barrió el mundo con una gigantesca tormenta de fuego que rugió durante días. Antes de que los ultimos fuegos se hubieran sofocado, Horus envió a los Titanes de la Legión Mortis a la superficie del planeta para aniquilar a cualquier superviviente que hubiera conseguido escapar al virus ocultándose en un refugio o búnker subterráneo.
LA REBELIÓN DE HORUS, EL PREDILECTO DEL EMPERADOR
La corrupción de Horus afectó profundamente al Emperador, que no supo cómo reaccionar; estaba aturdido por la magnitud de la traición del Señor de la Guerra, y era incapaz de creer que su amigo y general se hubiese levantado en armas contra él. La Inquisición inició una purga de los Adeptus Mechanicus y la Guardia Imperial, pero casi inmediatamente estalló la lucha, ya que ambas organizaciones estaban divididas en facciones leales y rebeldes. En Marte, los Tecnosacerdotes emplearon armamento ancestral y prohibido cuando los bandos se enfrentaron para conseguir el control.
La intrincada jerarquía Imperial empezó a resquebrajarse con la resurrección de antiguas rivalidades: los ambiciosos gobernadores planetarios aprovecharon la oportunidad para declararse independientes o unirse al Señor de la Guerra. Muchos de ellos no sabían con que tipo de monstruo estaban aliándose; pero otros, aceptaron el Caos de todo corazón. A lo largo y ancho de la galaxia estallaron guerras planetarias cuando los rebeldes atacaron a los leales o viceversa. Los mandos de la flota Imperial titubearon, y la flota solo consiguió expulsar a las astronaves rebeldes del sistema natal del Imperio. Durante la lucha, las unidades navales sufrieron pérdidas graves que las obligaron a refugiarse en sus bases Lunares.
Tras un regreso casi fatal, el Emperador finalmente ordenó a siete de las Legiones de los Adeptus Astartes que destruyeran a Horus y a sus rebeldes. Solo con la muerte de Horus, cabeza visible e instigador en la rebelión, podría sofocarse la revuelta. Sin embargo, la organización y movilización de tal cruzada llevó unos meses vitales. Horus invirtió bien este tiempo, consolidando su posición y reivindicando su título de "Nuevo Emperador" en cientos de sistemas. Allí donde Horus era aceptado, la adoración del Caos llegaba tras él.
Los Hijos del Emperador Leales luchan junto a las Legiones Leales contra su propia legion en Istvaan III
El asalto de las Legiones leales a las posiciones de Horus en Istvaan V resultó un desastre. Las legiones atacaron con su acostumbrada ferocidad y astucia táctica, pero esta vez se enfrentaban a hermanos Marines Espaciales. Cada bando contaba con tropas tan hábilies y endurecidas como el otro; cada estrategia era identificada y contrarestada. Al final, la traición pudo más que la estrategia: la oloeada inicial de tres Legiones leales sufrió bajas catastróficas mientras desembarcaba, y posteriormente resulttó destruida por completo. Solo cinco Marines Espaciales, encargados de poner a salvo la estructura genética de sus hermanos caídos, consiguieron escapar e informar al Emperador del desastre. De alguna forma, Horus había conseguido corromper a cuatro de las siete Legiones enviadas contra él, Después del desembarco de la oleada inicial, las oleadas posteriores de Marines Espaciales "leales" habían atacado a sus aliados en vez de a los rebeldes.
Horus dirigiendo el Asalto a Terra |
Horus controlaba en aquel momento nueve Legiones de Marines Espaciales y había destruido a tres legiones leales. A lo largo y ancho del Imperio, los leales y los rebeldes lucharon entre sí hasta llegar a un punto muerto sin un vencedor claro, pero la batalla se decantaba lentamente hacia el bando del Emperador. Horus sabía que aplastando el corazón de la resistencia del Emperador podría reconstruir el Imperio a su propia y pervertida imagen. Horus ordenó asaltar la tierra.
La vulnerable tragedia de la Herejía de Horus fue que la creación más formidable del Emperador resultó arruinada; no sólo los Primarcas, sino también los Marines Espaciales sufrieron un daño irreparable. Las tropas rebeldes extendieron la destrucción material y el dolor, pero también hicieron algo peor: propagaron la corrupción del Caos allí donde fueron. Las tropas del Caos aumentaban su poder por toda la galaxia, a medida que los humanos eran seducidos por los valores representados por los Poderes del Caos y se unían a su adoración. El gran espíritu del Emperador fue debilitado, mientras las mejores virtudes de la humanidad eran pervertidas y confundidas por la sutil influencia transformadora del Caos.
Esta era la situación en el momento que las tropas de Horus se apostraron alrededor de la Tierra. Las bases Lunares, primer bastión de las defensas de la Tierra, cayeron en el poder de Horus tras una dura batalla, y la flota rebelde avanzó hasta situarse en la órbita de la Tierra. Después de un corto enfrentamiento, las baterías láser de defensa de la Tierra fueron destruidas por un intenso bombardeo desde el espacio. Los últimos escuadrones de cazas espaciales leales dispararon sin descanso contra las gigantescas naves, pero ni tan solo consiguieron penetrar sus pantallas de energía. Tras disparar sus últimas descargas, los pilotos estrellaron sus cazas contra las naves enemigas. Fue un último gesto de desafío, pero nada más.
Las cápsulas de desembarco de Horus cayeron entonces como la lluvia sobre el palacio Imperial, vomitando compañía tras compañía de Marines Traidores. El palacio se extendía a lo largo de cientos de kilómetros cuadrados de bastiones, muros, corredores, torres de gran altitud y gigantescos espaciopuertos; la batalla fue feroz y encarnizada. Los Marines Traidores y las unidades rebeldes de la Guardia Imperial, apoyados por Titanes del Caos y gigantescas máquinas demoníacas, obligaron a los Marines Espaciales leales y a la Guardia del Emperador a replegarse gradualmente.
Sin Embargo, los defensores se negaban a darse por vencidos: los asaltantes tuvieron que abrirse paso metro a metro, pasando por encima de las numerosas bajas de ambos bandos. En algunos lugares, los montones de cadáveres eran tan altos que los corredores quedaban obstruidos por los cuerpos. Las tropas leales no pudieron evitar que la batalla se convirtiera en un asedio: los combates rugieron a lo largo de los muros del palacio exterior durante más de un mes. Finalmente, los Titanes de la Legión Mortis consiguieron destruir algunas partes de los imponentes muros, y las Legiones Traidoras pudieron penetrar por estas brechas para asaltar el palacio interior.
El Asalto a la Sagrada Tierra Editar sección
Capítulo I: Sobre la llegada de las Fuerzas Traidoras
En el décimo tercer día de Secundus empezó el bombardeo. Desde sus posiciones orbitales, las naves del Señor de la Guerra dejaron caer una lluvia implacable de misiles y de mortíferos rayos de energía. El objetivo de este ataque no era otro que el de desestabilizar las defensas que rodeaban al Palacio del Emperador para dar paso a la invasión en masa de Terra. Las bases lunares habían caído ya hacía tiempo y la Flota de Batalla Solar encargada de defender el planeta se había visto obligada a dispersarse. En la superficie de Marte, al igual que en todos los vastos dominios del Imperio, la encarnizada guerra civil proseguía con furia.
Un Marine defendiendo las posiciones en Terra |
En un sinfín de planetas, multitud de guerreros totalmente enloquecidos por la matanza seguían enfrentándose entre sí. Los que habían jurado lealtad al Emperador luchaban contra los que rendían pleitesía al Señor de la Guerra Horus, y por consiguiente a los poderes oscuros del Caos. El reino del Emperador estaba sumido en una gran confusión y se estaban librando algunas de las mayores batallas de toda la historia de la humanidad. En el mundo colmena de Thranx, más de un millón de guerreros murieron en un solo día en la matanza de Perdagor. En los ardientes desiertos de Tallarn, sobre el Saliente de Ka'an, cincuenta mil tanques se enfrentaron en la mayor ofensiva pesada de todos los tiempos. Durante el desembarco espacial llevado a cabo en Vanaheim, la población entera de tres ciudades colmena fue totalmente aniquilada por las tropas rebeldes como advertencia para prevenir cualquier tipo de resistencia, y aún así los defensores del planeta lucharon hasta el final. La Herejía iba extendiéndose como un cáncer por todo el esqueleto del Imperio. Pero en todos los lugares había hombres valientes decididos a sacrificar sus vidas para tratar de extirpar dicho mal.
Fue en Terra, en el mismísimo centro de los dominios del Emperador, donde acabaría decidiéndose el destino de la galaxia. En aquellos últimos días, las nubes de polvo oscurecían el cielo y unas grietas gigantescas dividían la tierra. Las placas tectónicas se movían bajo la presión de los bombardeos, las cordilleras se hacían añicos y los mares se evaporaban y se convertían en desiertos áridos. Del cielo en tinieblas llovía sangre y cenizas, unos coros astropáticos rezaban cánticos repletos de augurios catastróficos y los hombres enloquecían de puro horror. Las repugnantes y aborrecibles naves repletas de caídos y condenados orbitaban alrededor de aquel planeta arrasado. Sin embargo, unos pocos seguían preparados para repeler el ataque de los invasores, al quedar protegidos de la devastación gracias a las defensas astutamente urdidas por el Adeptus Mechanicus.
Recreación del asalto al palacio del Emperador en Terra |
Los restos del ejército del Emperador seguían tratando de resistir desesperadamente hasta que llegaran los refuerzos. El mismo Emperador supervisó la defensa de su fortaleza-palacio y tomó personalmente el mando del Adeptus Custodes, su guardia de élite. Con él se encontraba Sanguinius, el Primarca de blancas alas de los Ángeles Sangrientos y su legión de Marines Espaciales, y en los terrenos del palacio se encontraban los fieles miembros del Adeptus Arbites. Pero el palacio no era el único foco de resistencia; había otros, cada uno emplazado en una ciudad fortificada repleta de soldados sin temor. Bajo las ruinas de la Basílica Imperial, Rogal Dorn, con su siempre adusto semblante, dirigía a los disciplinados Puños Imperiales en sus últimas plegarias. En el interior de los complejos industriales de fábricas de vehículos acorazados del Adeptus Mecanicus, los tecnosacerdotes dejaban sus herramientas de construcción para empuñar el temible armamento propio de su orden. Entre los escombros de las zonas de habitaje incendiadas, el Primarca Jaghatai Khan reunía a los Cicatrices Blancas, el Capítulo de Marines Espaciales al que él mismo había instruido en el arte de los ataques relámpago. Finalmente, tres legiones completas de Titanes estaban preparadas para defender a su Emperador.
Mientras la tierra seguía temblando bajo aquel bombardeo continuo, las divisiones de tanques recorrieron aquel paisaje hecho jirones para tomar posiciones ante la inminente invasión. Los hombres valientes revisaban sus armas y rezaban sus últimas plegarias. Los láseres de defensa empezaron a girar para encararse al cielo turbulento y amenazante. De súbito, la noche se iluminó con las estelas de plasma que dejaron en el cielo las cápsulas de desembarco. En el interior de los salones del Emperador, hasta los Marines Espaciales sintieron escalofríos al ver que pronto se iban a enfrentar a sus hermanos condenados y malditos. La perspectiva de tener que enfrentarse a todos esos Primarcas corruptos que había vendido sus almas al Caos hizo que las mentes de aquellos hombres se llenaran de un horror y temor indescriptibles.
Marines del Caos Avanzando |
Las cápsulas llegaron a tierra y de ellas surgieron los paladines más poderosos del Caos, los Marines Espaciales renegados de las legiones condenadas. Ya no eran los excelentes y legendarios guerreros humanos que habían sido, sino criaturas deformes con cuerpos retorcidos por las energías del Caos y con las mentes distorsionadas debido a su devoción por los dioses oscuros. Si lo que les ocurrió a los Marines Espaciales ya fue horrible de por sí, los cambios ocurridos en los Primarcas eran todavía peores. Al haber sido creados con una mayor estimación por parte del Emperador, estos habían caído en un pozo de condenación mucho más hondo. Ninguno de sus anteriores camaradas los hubiera podido reconocer, ya que se habían transformado en criaturas tan demoníacas como arrogantes.
El gran Angron vociferaba las órdenes a sus seguidores bebedores de sangre, los llamados Devoradores de Mundos, y empuñando su gran espada rúnica los condujo contra los defensores del Astropuerto Muralla de la Eternidad. Los disparos bolter silbaban alrededor de sus seguidores de armaduras rojas, pero ellos siguieron avanzando impasiblemente, decididos a derramar sangre en honor al Dios de la Sangre.
A la dura orden de Mortarion, la Guardia de la Muerte surgió silenciosamente de los repugnantes capullos de sus cápsulas de desembarco y empezó a avanzar en dirección a sus enemigos, sumiéndolos en el terror. Las runas de la muerte inscritas en la guadaña de Mortarion brillaban de forma misteriosa en la oscuridad de la noche mientras él les hacía gestos para que avanzaran.
Magnus el Rojo miró a su alrededor a través de su único ojo con aire triunfal y entonces dio la orden a los magos-guerreros de los Mil Hijos de lanzar sus hechizos de muerte y destrucción.
Una lluvia de letales proyectiles bolter derribó por docenas a los Hijos del Emperador. Sin embargo, eso no les detuvo, y los heridos aullaron de placer y cantaron alabanzas a su Primarca, Fulgrim. Los Marines Espaciales renegados se lanzaron hacia delante para abrirse un camino sangriento a través de sus enemigos.
Quizás el miedo hizo que algunos defensores perdieran la razón. Quizás la corrupción del Caos estaba más extendida de lo que nadie sospechaba. Quizás algunos fueron lo bastante necios como para pensar que se podía negociar con el enemigo más acérrimo que tenían. Fuera cual fuera la razón, lo cierto es que aún quedaba por ocurrir una traición de una vileza incomparable. Muchas de las unidades del ejército del Imperio que habían jurado lealtad al Emperador rompieron su juramento de forma sacrílega en cuanto los Marines Espaciales de las tropas traidoras empezaron su desembarco. Fue casi como una señal preparada de antemano. Y llevando a cabo una de los actos de traición más infames de toda la historia de la Humanidad, se volvieron contra sus hermanos guerreros y los mataron como a perros. Así fue como el Astropuerto de Portal del los Leones cayó ante las fuerzas de los rebeldes. Cuando los herejes terminaron de canturrear sus enloquecidas plegarias a base de aullidos, el aire pareció distorsionarse y aparecieron unos demonios provenientes de la disformidad que empezaron a sembrar el terror y la desesperación.
Capítulo II: De como se inició el asalto al Palacio
Fué entonces cuando los defensores comenzaron a creer de verdad que estaban viviendo los últimos días previos al fin de la Humanidad. Enormes Devoradores de Almas provistos de alas de murciélago cruzaban aquel cielo ajado con aire triunfal; los Guardianes de los Secretos de grandes garras bailaban lascivamente sobre pilas y pilas de cadáveres; las Grandes Inmundicias se reían entre dientes a la vez que se cernían sobre las calles en ruinas extendiendo un rastro de mugre, babosidades y enfermedades y los enigmáticos Señores de la Transformación se erguían en lo alto de las torres y las estatuas y supervisaban la llegada del Caos al centro del mundo. Por otro lado, unas naves descomunales empezaron a descender provenientes de la órbita del planeta, con la intención de arrollar a los defensores por el mero peso de sus números. Sin embargo, al contrario que con las cápsulas de desembarco, las naves eran blancos fáciles para los cañones de los defensores, y entonces empezó la verdadera batalla.
Los láseres de defensa destruyeron a una multitud de naves rebeldes cuando estas todavía no habían aterrizado, con lo que provocaron que una lluvia de miles de toneladas de metal fundido cayera sobre los ejércitos en combate. Una de las gigantescas embarcaciones perdió el control y fue a estrellarse contra una unidad de habitáculos, matando en el acto a unas cien mil personas. Otra fue derribada y se fundió con el suelo, sumiendo a sus tripulantes en un lago burbujeante de alquitrán y plasticemento. La embarcación de la Legio Damnatus fue desintegrada, y el nombre de aquella Legión Titán pasó a la historia en un segundo. Nada más desembarcar, los traidores renegados se abalanzaron desde los astropuertos para asediar a los bastiones de los defensores. Su primer objetivo era acabar con los láseres de defensa que estaban provocando un gran número de bajas entre sus camaradas. Los rebeldes se toparon con una oleada de defensores imperiales, hombres desesperados que sabían que estaban sacrificando sus vidas por su mundo natal y por el Emperador.
El asalto a Palacio |
Los láseres de defensa destruyeron a una multitud de naves rebeldes cuando estas todavía no habían aterrizado, con lo que provocaron que una lluvia de miles de toneladas de metal fundido cayera sobre los ejércitos en combate. Una de las gigantescas embarcaciones perdió el control y fue a estrellarse contra una unidad de habitáculos, matando en el acto a unas cien mil personas. Otra fue derribada y se fundió con el suelo, sumiendo a sus tripulantes en un lago burbujeante de alquitrán y plasticemento. La embarcación de la Legio Damnatus fue desintegrada, y el nombre de aquella Legión Titán pasó a la historia en un segundo. Nada más desembarcar, los traidores renegados se abalanzaron desde los astropuertos para asediar a los bastiones de los defensores. Su primer objetivo era acabar con los láseres de defensa que estaban provocando un gran número de bajas entre sus camaradas. Los rebeldes se toparon con una oleada de defensores imperiales, hombres desesperados que sabían que estaban sacrificando sus vidas por su mundo natal y por el Emperador.
En las estrechas calles que rodeaban a los puertos espaciales, el combate era acérrimo y feroz. Los bolters llenaban el aire con su estruendo y los lanzamisiles arrojaban cargas mortales de un edificio a otro. Los tanques de los traidores hacían crujir el asfalto por las avenidas, y hacían girar sus torretas para concentrar sus disparos sobre las barricadas levantadas a toda prisa por sus antiguos compañeros de armas.
En poco tiempo, los defensores del Astropuerto Muro de la Eternidad acabaron por caer ante aquel asalto despiadado y las hordas del Señor de la Guerra tomaron por completo el campo aéreo. De la órbita del planeta descendieron naves de desembarco de diseños cada vez más complicados, cuyo descomunal tamaño, una vez sobre la pista de aterrizaje, las convertía en rascacielos de pesadilla, sobre los que brillaban malignamente unas runas oscuras. Las compuertas de cientos de metros de altura por kilómetros de ancho se abrieron, y de sus rojas profundidades emergieron Titanes. Eran como gigantes deformes, con el blindaje de su caparazón fundido y moldeado por los poderes del Caos hasta crear formas nuevas. En su interior había hombres mezclados con máquinas. Algunos de estos repugnantes Titanes estaban provistos de armamento extraño aunque muy potente, mientras que había otros que eran híbridos extravagantes producto de una mezcla de material orgánico y mecánico, que hacían chasquear sus tentáculos metálicos y hacían balancear sus colas repletas de pinchos arriba y abajo. Sus motores retumbaban como si fueran las voces de bestias furiosas. Por otro lado, los Titanes de las legiones de los Señores de la Tormenta y de los Cráneos Llameantes empezaron a avanzar con los estandartes ondeando al viento. Mientras tanto, en el Astropuerto del Portal de los Leones, los traidores daban la bienvenida a las máquinas de guerra negras de la hueste de Khorne. Una miríada de monstruos, mutantes y fanáticos se revolvían alrededor de sus bases como hormigas rabiosas.
Al verse apoyados por esta nueva oleada de tropas de refuerzo, las hordas siguieron en su avance e hicieron retroceder a las tropas imperiales agotadas y desmoralizadas hasta las mismas murallas del palacio del Emperador. Los guerreros de Khorne se lanzaron a la carrera contra el círculo exterior de mármol y acero lanzando al aire sus bestiales gritos de guerra parecidos a aullidos. Las imparables hordas de los Mil Hijos marcharon imperturbablemente hacia delante, barriendo a los defensores con los disparos de sus bolters. Los Marines Ruidosos de Slaanesh acabaron con la infantería de la Guardia Imperial y alcanzaron el Portal Saturnino. A lo largo de los muros se produjo un combate encarnizado, en el que los soldados del Imperio hicieron una salida para tratar de forzar la retirada de los atacantes antes de que llegara la masa principal de las tropas de asalto. Los hombres morían a miles. Desde las cápsulas situadas en los muros del palacio, los artilleros imperiales despedían sus cargas mortales sobre los implacables atacantes. Las calles a las afueras del palacio eran barridas de herejes una y otra vez, pero siempre aparecían nuevos enemigos para ocupar su puesto.
Bersekers asaltando Terra |
En aquel momento empezó a verse realmente que la batalla se estaba decantando a favor de los enemigos del Emperador. Los astropuertos se encontraban totalmente controlados por los secuaces del Señor de la Guerra. Poco después cientos de miles de tropas descendieron de la órbita del planeta. Un sinfín de mutantes balbuceantes y engendros del Caos asquerosos y amorfos emergieron de aquellas naves terribles. Y bajo el estandarte del gran ojo, el símbolo de Horus, los lacayos de los cuatro grandes poderes del Caos marcharon unidos. Ya fuera montados en Rhinos, acechando en el interior de enormes monstruos gigantescos o agarrados de los laterales de máquinas de guerra colosales, se pusieron en camino en masa hacia el palacio del Emperador.
Al mirar hacia abajo y contemplar aquel mar de maldad, a los defensores se les heló el corazón. Entre los demonios, los fanáticos de ojos desorbitados y los mutantes, se podían observar Marines Espaciales herejes y Guardias traidores. Todos ellos eran gente junto a la que podrían haber luchado alguna vez, y que por aquel entonces habían sido tan leales al Emperador como ellos mismos. Se estaban mirando en el espejo oscuro de sus almas. Ahí abajo podían ver cómo el honor guerrero se convertía en locura asesina, la inteligencia humana se transformaba en astuta traición, la esperanza en maldad y el amor en lujuria abominable. Los hombres valientes apostados en las murallas sabían perfectamente que no había escapatoria. Debían resistir y morir allí. Los de ahí abajo no iban a tener ninguna piedad.
Era un guerra que no podía acabar con una paz honorable. Se trataba de destruir o ser destruido. Durante un momento todo se mantuvo en silencio, y entonces Angron salió al frente. Con un cierto tono de descaro en la voz, exigió la rendición de las tropas leales al Imperio. Les dijo que su causa estaba perdida, ya que se enfrentaban a un enemigo al que no podrían derrotar, y que se encontraban aislados, superados en número y pretendían defender a un gobernante demasiado débil para ser merecedor de su lealtad. Al escuchar aquellas palabras los hombres de las murallas sintieron que su determinación se debilitaba. Y al mirar el rostro demacrado del Primarca que antaño había sido uno de los mejores guerreros del Emperador, vieron a un enemigo invencible e implacable apoyado por una horda infinita y todo el poder demoníaco del Caos.
Angron en su forma Demoníaca |
Pero cuando llegó Sanguinius y los Ángeles Sangrientos, se alzó un clamor por todas las murallas. El Primarca con alas de ángel contempló a Angron desde el muro, lleno de furia. Durante unos momentos que parecieron años, sus miradas se clavaron en los ojos del otro, y cada Primarca pareció estar midiendo el poder de su contrario, buscando grietas en la armadura, en busca de cualquier signo de debilidad o falta de decisión. ¿Quién sabe lo que vieron? Quizás se comunicaron telepáticamente, de hermano Primarca a hermano Primarca. Nadie lo sabrá nunca. Al final, Angron dio media vuelta y se dirigió a las filas de sus tropas. Informó a sus soldados de que no habría rendición, por lo que debían matar a todo el que encontraran en el palacio. No tenían que dejar piedra sobre piedra.
Lanzando un enorme rugido, la horda se abalanzó contra las murallas. Los grandes Lords of Battle echaron hacia delante sobre sus ruedas de hierro, aplastándolo todo a su paso, disparando un gran número de misiles y convirtiendo la zona superior de las murallas en tormentas ardientes de muerte. Los Doom Burners arrojaron chorros de metal súper calentado sobre los puestos de defensa. El metal fundido e incandescente se filtraba por las ventanas y achicharraba a los que se encontraban en el interior. Los Calderos de Sangre iban lanzando chorros de líquido ulceroso aberrante y demoníaco, seguidos de cerca por unos enormes mastines de Khorne que avanzaban a grandes zancadas. Los Titanes armados con armas de asedio especialmente construidas caminaron torpemente hasta situarse en posición. Mientras tanto, los cruceros de combate dejaban caer megatones de muerte explosiva sobre las cabezas de los defensores.
Todo guerrero leal al Emperador sabía que podía considerarse muerto, puesto que no había manera alguna de sobrevivir ante la llegada del ejército demoníaco. Los soldados combatían con la ferocidad desesperada típica de los hombres sin esperanza, y disparaban hasta vaciar sus armas, momento en el que cogían las de sus compañeros muertos o luchaban con la culata de sus pistolas al agotarse toda la munición. La horda consiguió en tres ocasiones escalar los muros, y tres veces fueron repelidos por los valerosos esfuerzos de Sanguinius y los Ángeles Sangrientos. A pesar del cansancio, el Primarca dirigió a los defensores, reagrupó a los desmoralizados, dedicó palabras tranquilizadoras a los heridos de muerte, y luchó con una furia fría e implacable cuando se vio obligado a ello. Pero a pesar de todos sus esfuerzos, las fuerzas del Caos consiguieron ir minando poco a poco las defensas. Sus tropas parecían ser tan numerosas como los granos de arena de la costa, y Horus sacrificaba sus vidas con despreocupación.
Al otro lado de los muros, las tropas imperiales salieron corriendo de sus fortalezas desesperadamente para intentar liberar el palacio. Las legiones de Titanes se abrieron camino audazmente en dirección al centro del ejército rebelde, mientras los Marines Espaciales de la legión de los Cicatrices Blancas les protegían los flancos. Pero ninguno de los intentos de atravesar las filas de los rebeldes tuvo verdadero éxito. Atravesar aquella horda sedienta de sangre era una misión casi imposible. Los cuatro Primarcas demoníacos infundían una valentía endiablada a todos sus seguidores, y por cada guerrero del Caos que era abatido parecía que dos más ocuparan su puesto.
Capítulo III: De la Desesperación a la Victoria
En la órbita del planeta, el Señor de la Guerra observaba satisfecho todo lo que sucedía. Si el palacio caía y mataban al Emperador, las legiones imperiales de toda la galaxia perderían su empeño y conseguiría la victoria absoluta. Desprovista del escudo psíquico del poder del Emperador, la Humanidad caería presa del Caos rápidamente. Horus se alzaría triunfante sobre las ruinas del mayor imperio de la Humanidad. Se transformaría en un nuevo dios castigador. Si no obtenía pronto la victoria, podrían infiltrarse refuerzos en el bando de sus enemigos, y su ofensiva se vería amenazada. Para el Señor de la Guerra, aquel ataque significaba su última apuesta. Todo dependía de aquel ataque. Tenía que conseguirlo, y en aquel momento parecía que iba a ser así.
El asedio siguió un día tras otro, y las bajas pasaron de ser miles a ser decenas de miles y luego cientos de miles. Delante de las vías de acceso al Portal Saturnino, las máquinas de guerra tuvieron que retirar los cadáveres con palas excavadoras. Los titanes del Caos atacaban los muros sin cesar, y los misiles especialmente construidos para ello arrancaban grandes secciones de la muralla. Los titanes de los Avispas de Fuego contrarrestaron estos disparos con sus cañones volcán. El hedor a carne carbonizada impregnó el aire después de que los cuerpos de los muertos fueran incinerados en piras funerarias de treinta metros de altura, y la garganta de los defensores se llenó de unas cenizas obscenas. Los Devoradores de Mundos construyeron una pirámide de cráneos quemados de veinte metros de altura en la Plaza del Templo. Por la noche, los cánticos de los adoradores degenerados se oían por todas las calles y los demonios revoloteaban por entre las ruinas de Terra.
Sanguinuis reporta la situacion de la batalla al Emperador
Lentamente, centímetro a centímetro, los defensores fueron obligados a retirarse. Las grandes murallas del palacio estaban plagadas de cientos de kilómetros de mamparos y pasillos. En el interior de este laberinto se libró un combate cuerpo a cuerpo muy cruento que siguió y siguió hasta que secciones enteras de los pasillos se vieron repletas hasta el techo de cadáveres hinchados. Al ver que el avance iba demasiado lento, Horus ordenó a los titanes de la legión de los Cabezas de la Muerte que demolieran pedazos enteros de la muralla. A pesar de afrontar numerosas bajas, los grandes titanes Warlord consiguieron penetrar las murallas, con lo que las tropas del Señor de la Guerra pudieron entrar en masa en los recintos del palacio. Mientras sucedía todo esto, Jaghatai Khan, primarca de los Cicatrices Blancas ya había llevado a cabo un cambio de planes. En lugar de arrojar sus tropas contra la casi invencible masa principal del ejército del Caos, optó por lanzar un ataque relámpago contra el Astropuerto del Portal de los Leones. Al frente de este ataque nocturno se encontraban los salvajes guerreros de los Cicatrices Blancas, quienes condujeron a los restos de la Primera División Acorazada y a otros componentes de los ejércitos supervivientes de la Guardia contra los sorprendidos herejes. Khan trazó un perímetro defensivo alrededor del astropuerto y lo defendió de todos los contraataques posibles. De esta forma consiguió que la masa de soldados y de material bélico que se dirigía hacia el palacio se viera reducida de golpe a la mitad.
Esta victoria aumentó la moral de los defensores, quienes rápidamente trataron de hacerse con el astropuerto de Muro de la Eternidad, si bien ahí las tropas del Señor de la Guerra se encontraban mejor preparadas. Los traidores tendieron una emboscada a los atacantes y más tarde los expulsaron. Horus sabía que era vital mantener seguro aquel punto de entrada. El ataque definitivo al interior del palacio había dado comienzo. La batalla se extendió por todos los Jardines Interiores. Lo que antaño habían sido grandes extensiones de parques se transformaron rápidamente en un campo de batalla. Las estatuas se utilizaron de cobertura y los monumentos servían de búnkeres. La sangre se mezclaba con el agua de los lagos ornamentales. Los bosquecillos de secoyas antiquísimas ardían sin cesar y el olor a quemado se fundía con los hedores punzantes de las armas, de las máquinas y de la muerte. Con los ojos enrojecidos y obteniendo momentos de sueño cuando se daba la ocasión, ambos bandos libraron una guerra total. En los prados se excavaban trincheras a toda prisa y los francotiradores mataban a los hombres que se acercaban a las fuentes en ruinas para beber un poco de aquel agua salobre. Ambos bandos combatieron con una ferocidad brutal e inimaginable, ya que sabían que el fin estaba cerca.
Sanguinus contra el Demonio |
Al final Sanguinius fue obligado a retirarse al interior del mismo palacio, y él mismo se encargó de defender la Última Puerta contra la horda que se aproximaba, mientras los últimos heridos de entre sus hombres pasaban adentro. Justo cuando la puerta de ceramita estaba a punto de cerrarse, un Desangrador de Khorne saltó encima suyo y las descomunales garras del demonio se cerraron en torno a su garganta. El Primarca alzó el vuelo, y ángel y demonio fueron luchando por encima de los demás ejércitos. Tanto el uno como el otro se detuvieron un instante para contemplar aquella batalla de proporciones titánicas. Se trataba de una guerra de las que no suelen verse a menudo; con dos seres de fabulosos poderes forcejeando por los aires.
Sanguinius estaba cansado y se encontraba casi al final de sus fuerzas, con lo que el demonio logró abrirle grandes heridas en la piel. La muchedumbre formada por los herejes lanzó un rugido de júbilo cuando el Primarca fue arrojado contra el suelo, haciendo saltar trozos de granito al chocar. Durante un instante, el Primarca se quedó tendido, y los Ángeles Sangrientos dejaron escapar un gemido de indignación al ver cómo el demonio lo pisaba y lanzaba un aullido de triunfo. Pero entonces, poco a poco y con mucho sufrimiento, el Primarca de los Ángeles Sangrientos se levantó y cogiendo a la criatura por el cuello, le rompió la espalda doblándosela sobre la rodilla. Acto seguido, Sanguinius, con una aureola de poder alrededor de la cabeza, arrojó los restos quebrados del demonio contra sus seguidores. Estos empezaron a golpearse el pecho con violencia, se tiraron de los pelos y lanzaron alaridos de desesperación, y la Última Puerta se cerró.
Sanguinus contra el Demonio |
Victoria de Sanguinus |
Muy por encima de todos ellos, la gran Fortaleza Celestial llevaba a Rogal Dorn y al resto de la legión de los Puños Imperiales al palacio interior. El leal Primarca estaba decidido a resistir y morir con su Emperador en la hora final. Luego, la Fortaleza Celestial abandonó el palacio a toda prisa con la misión desesperada de llegar a donde se encontraba Jaghatai Khan para devolverlo al palacio. Sin embargo, una lluvia de disparos procedentes de la Legión de Titanes de Cabeza de la Muerte destruyeron la nave. El comandante de esta, a pesar de estar ya sentenciado, decidió causar el máximo daño posible al enemigo, y dirigió la nave derribada para que fuera a caer en el centro de la horda del Caos. Cuando el reactor de plasma explotó, fue como si un nuevo sol hubiera nacido en Terra, y se creó un cráter de tres kilómetros de diámetro. Los que se encontraban en el interior del palacio supieron entonces que estaban totalmente aislados, y que a partir de aquel momento estaban completamente solos. Solo un milagro podría salvarlos.
Después de aquello empezó el asedio final. Por las brechas de las murallas exteriores comenzó a entrar más armamento y más refuerzos. El mismísimo Señor de la Guerra se preparó para teletransportarse a la superficie del planeta y así supervisar la destrucción de su antiguo señor. Pero entonces un demonio de la Disformidad le susurró al oído lo que él había estado temiendo. Una flota leal al Emperador bajo las órdenes de Leman Russ y Lion El'Johnson con un ejército de Lobos Espaciales y de Ángeles Oscuros se encontraba a tan solo unas horas de distancia. Iba a llevarle días tomar por completo la última fortaleza de la Humanidad, aunque Horus bajara para ponerse al mando de las tropas. Todo parecía indicar que al Señor de la Guerra se le había acabado el tiempo, y que su apuesta había fallado.
Horus fue el primero en corromperse, tenía el poder de un dios y la astucia de un demonio. Por eso decidió intentar una última jugada a la desesperada. Todavía podía asesinar al Emperador. Dio la orden de bloquear todas las comunicaciones por red para que los defensores no pudieran tener noticias de sus salvadores, y luego llevó al máximo la capacidad de sus poderes psíquicos para que el Emperador no pudiera enterarse de ello. Por último bajó los escudos de su nave de mando. Se trataba de una invitación y desafío personal que sabía perfectamente que el Emperador no podría rechazar. Le estaba ofreciendo la oportunidad de acabar de una vez por todas con el enemigo que le había hostigado durante tanto tiempo.
El Emperador aceptó el desafío, y tanto él como los Primarcas supervivientes se teletransportaron a bordo de la gran nave de batalla del Señor de la Guerra. Con todo, Horus utilizó sus poderes para separar al Emperador de sus leales seguidores. Estos fueron teletransportados a diferentes puntos de su repugnante nave mutante. Pero Sanguinius consiguió abrirse camino directamente hasta la sala del trono de Horus, y allí el Señor de la Guerra, haciendo gala de una perversa astucia le propuso al Ángel Sangriento que se uniera a su bando, argumentando que los seguidores del Primarca alado le serían muy útiles a la hora de enfrentarse a los Lobos Espaciales y a los Ángeles Oscuros.
Sanguinius vs Horus
Añadida por Shadar el nigromante Sanguinius rechazó la oferta, con lo que Horus se enfureció y le atacó. Aunque el Ángel Sangriento hubiera estado al máximo de sus facultades, no hubiera sido rival para el Señor de la Guerra, por lo que en aquel momento, al estar gravemente herido y fatigado, no tuvo ni la más mínima posibilidad. Horus lo estranguló con sus propias manos ante el trono con el que los dioses del Caos le habían obsequiado.
El Emperador se encontró con Horus poco después, y lo que ocurrió entonces forma parte de la leyenda. Los dos seres más poderosos de toda la historia de la Humanidad se enfrentaron en combate. Lucharon espada contra espada, poder contra poder, mente contra mente y pusieron a prueba todas sus capacidades físicas y psíquicas hasta extremos insospechados. Horus contaba con todo el poder infinito de los dioses del Caos. El Emperador estaba solo, y aún así logró triunfar, a pesar de que recibió heridas muy graves en el proceso.
Horus contra Sanguinus |
La onda expansiva de energía psíquica que provocó el fallecimiento del Señor de la Guerra se expandió por la Disformidad. En Terra, los demonios gritaron y se desvanecieron, y los Primarcas rebeldes se quedaron mudos de asombro. Era su líder, y no el de sus enemigos, el que estaba muerto, y lo sabían. Ahora que el que había levantado el estandarte de la rebelión estaba muerto, ya no había nada que pudiera unir a los rebeldes bajo la misma causa, por lo que estos quedaron desmoralizados y consternados. Y cuando les llegó la noticia de la flota que se aproximaba supieron que había llegado el momento de huir.
En el interior del perímetro del Astropuerto Portal de los Leones, Jaghatai Khan y un puñado de Cicatrices Blancas heridos contemplaron atónitos cómo la horda se detenía presa de la confusión y luego se retiraba. Angron, Fulgrim, Magnus el Rojo y Mortarion condujeron a sus hombres hacia sus naves y partieron, dejando a los engañados seguidores traidores del Caos a su propia suerte. Al subir a bordo de su nave, Angron dio media vuelta y levantó el puño contra la brillante cúpula del palacio imperial que al final había quedado fuera del alcance de sus garras.
Luego se encogió de hombros, pues tanto él como sus compañeros rebeldes disponían de toda la eternidad para cumplir con su venganza. La Batalla por Terra había terminado del todo, y la Herejía de Horus había llegado a su fin. Rogal Dorn encontró el cuerpo maltratado del Emperador entre las ruinas del salón del trono del Señor de la Guerra. Con sus mutilados labios, el Emperador logró susurrar las instrucciones para proceder a la creación de su trono dorado. Dorn esbozó una sonrisa, dado que mientras el Emperador siguiera con vida, seguiría habiendo esperanzas.
El veterano Primarca regresó a Terra. Había mucho por hacer.